¿Cuándo fue la última vez que utilizó un cajero automático? ¿O pagó por algo en efectivo? Es probable que para muchas personas la respuesta sea ‘hace meses’ - tal vez incluso antes de la pandemia. La innovación en la tecnología electrónica de punto de ventas significa que la norma es de pagar digitalmente, incluso en el mercado, la cafetería o la tienda de la esquina.
En marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud advirtió que los billetes podrían propagar el virus de COVID-19; la respuesta fue que en muchos países se elevaron los límites transaccionales para los pagos sin contacto y esto, unido al fuerte aumento de las compras en línea durante el confinamiento, provocó la disminución de las transacciones en efectivo.
Los datos señalan que el volumen de transacciones por cajero automático en el Reino Unido en 2020 fue 60 % menos que en 2019; otros países europeos han observado una tendencia similar, con transacciones en España disminuyendo un 90 % en un momento dado.
Esta tendencia de largo plazo hacia sociedades sin efectivo ya estaba en curso, pero los cronogramas han sido modificados rápidamente (antes de la pandemia, UK Finance había pronosticado que el efectivo constituiría menos del 10 % de los pagos en 2028, un objetivo que ya se cumplió ampliamente en China). El crecimiento de los pagos electrónicos y las app de pagos móviles, así como la disposición de las generaciones más jóvenes a utilizar procesos de pago digitales, hicieron inevitable el ocaso del efectivo. Solo el cronograma era objeto de debate.
¿Nos dirigimos hacia una verdadera sociedad sin dinero en efectivo? Ciertamente, es la aspiración de varios países como Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia. El efectivo ya representaba solo el 1 % del valor de todos los pagos en Suecia en 2016, y el Banco de Finlandia pronosticó que el uso de billetes se acabaría en 2029. El Riksbank de Suecia ya lanzó un proyecto piloto para desarrollar la e-krona, una moneda digital para el banco central y otros países, entre ellos el Reino Unido, están explorando iniciativas similares.
Sin embargo, los datos son ambiguos. Algunos países han reportado que mucha gente acumuló efectivo durante la pandemia, y parece que, aunque la circulación de monedas y billetes de baja denominación sí cayó, la circulación de billetes de alta denominación aumentó.
El hecho de que en tiempos de crisis el instinto de muchas personas fue conservar el papel moneda es interesante y representa el nivel de confianza que tienen en los bancos y el sistema financiero. Sienten que el dinero está más seguro si lo tienen en físico frente a ellos (o guardado debajo del colchón). Antes de que los pagos digitales sean ampliamente aceptados, este temor debe ser abordado por el sector financiero.
La clave de una sociedad sin efectivo es la confianza. No es coincidencia que los países nórdicos estén entre los más avanzados en el uso generalizado de pagos digitales y móviles; en dichos países, la población tiene una mayor confianza en las entidades financieras que en muchos otros países, así como una disposición de acoger la tecnología.
Las personas estarán más dispuestas a confiar del todo en los pagos digitales si confían en los bancos y en las Fintech (cada vez son más), que operan el sistema. Esto significa que los pagos deben ser lo más seguros posible, el fraude debe ser mínimo, y la capacidad y la velocidad de las transacciones deben satisfacer las expectativas y crecientes exigencias de los consumidores.